El Muro de 8 Millas es un muro construido en Detroit en 1940 para separar las casas ocupadas por familias blancas de las ocupadas por familias negras dentro del mismo barrio social. Con 1,80 metros de altura y 800 metros de longitud, no era una verdadera barrera física, pero dice mucho sobre los muros psicológicos construidos deliberadamente desde la esclavitud para imponer la diferencia por el color.
Desde los estudios pseudocientíficos del siglo XIX, diseñados para “probar” la inferioridad de los negros, hasta los zoológicos humanos donde los europeos descubrieron a su primer hombre negro tras los barrotes mientras hacían picnic en los jardines de aclimatación, la imagen de los negros ha sido manipulada y estereotipada. Las imágenes exóticas de las primeras postales de África, los medios, el cine y la publicidad han contribuido a esta percepción, que persiste y atraviesa continentes.
En esta serie, me inspiro tanto en la iconografía de Jim Crow en los Estados Unidos posteriores a la esclavitud como en los clichés coloniales impuestos por las potencias europeas en África, creando un diálogo entre estos dos legados históricos.
El noble salvaje, Tío Tom, Tía Jemima… ¿Cómo, en el siglo XXI, deshacerse de la sonrisa infantil y un poco ingenua de la mascota Banania? Esta visión etnocéntrica, alimentada por estereotipos y manipulación de imágenes, se vuelve realidad para el espectador. Moldea sutilmente la percepción, a menudo de manera inconsciente, y tiene consecuencias en la formación de las identidades individuales y colectivas.
Aquí, el blackface ya no ríe mientras juega a las canicas. Se presenta con dignidad, símbolo de la opresión mental, llamado a la razón y desafío para romper definitivamente con la diferencia —con la subyugación y la desvalorización del prójimo.
THE 8 MILE WALL
2017